Juan
Pablo Zangara
(Especial
para Noticias Veloces.)
1.
Aquiles, hijo de Peleo, rey de los mirmidones de Ftía, el de los pies ligeros, es el más veloz de los guerreros que
cumplen con su destino en la guerra de Troya. Cuando por fin depone su cólera y
se lanza contra Héctor (en el canto XXII de la Ilíada, el poema inmortal de Homero), se asemeja a un gavilán, el ave más ligera, arrojado en
fácil vuelo tras la tímida paloma. Sin embargo, no hay velocidad que valga.
Como en sueños, ni el que persigue puede
alcanzar al perseguido, ni éste huir de aquél. Cómo no recordar a propósito
la situación similar en Rush, el
filme de Ron Howard: ni James Hunt puede dar alcance a Nikki Lauda en las
pistas donde se dirime el campeonato de Fórmula 1 de 1976, ni éste escapar de
aquél. (Es discutible, claro, la asociación de Hunt con Aquiles, cuando es
Lauda quien sorprende incluso a los mecánicos de Ferrari con sus trucos para
aligerar el andar de la máquina. Pero recordemos que Dante, en su Divina Comedia también inmortal, condena
a Aquiles, precisamente, al segundo círculo del infierno: el de los
lujuriosos.)
Es que toda persecución tiene algo de onírico, pues nos recuerda de qué
está hecho el objeto del deseo.
2.
Aquiles, pese a ser el de los pies
ligeros, tampoco puede dar alcance a la humilde tortuga en la célebre
paradoja planteada por Zenón de Elea. (Como su rival es mucho más veloz, se le
conceden al quelonio unos metros de ventaja. Para superarlo, Aquiles debe antes
alcanzarlo; para alcanzarlo, debe recorrer la distancia que los separa, por
mínima que sea; pero primero debe recorrer la mitad de esa distancia, y luego
la mitad de esa mitad, y así hasta el infinito. La conclusión es que nunca
consigue alcanzarlo.) (Habría bastado que conociera a nuestro Carlitos Balá:
¡el movimiento se demuestra andando!) En esta antigua paradoja, Jorge Luis
Borges supo reconocer una matriz precursora de los relatos kafkianos, donde
abundan los personajes que nunca logran llegar a donde se dirigen.
Si de los juegos de la lógica pasamos a las reglas del sueño, se trata
de la paradoja con la que el objeto del deseo atrapa al sujeto: la fuerza de
atracción del objeto es irresistible, pero a la vez resulta inalcanzable. Si lo
fuera, ya no espolearía nuestro deseo.
3. Puede
que haya que considerar la cuestión en estos términos: la velocidad acaso sea
una enemiga del deseo. El objeto que perseguimos se desplaza de manera
desfasada respecto de la velocidad: demasiado rápido o demasiado lento, siempre
se (nos) escapa. Parece que Aquiles da caza por fin a Héctor, que gana la
carrera a la tortuga, que Hunt atrapa por fin a Lauda… pero no: o nunca lo
consiguen, o los rebasan fácilmente. El objeto que persiguen los elude, se les
escabulle, nunca está donde lo buscan y lo encuentran donde no lo esperan. ¿Es
quizá más rápido? ¿Es quizá más lento? ¿A qué velocidad se desplaza ese objeto?
Apasionante, como todas las que viene publicando Juampi.
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