(Recordatorio)
por: Miguel Colazo
El 11 de septiembre de 1999, sin
importarle mucho que el año 2000 y el siglo XXI lo estaban esperando con los
brazos abiertos, Gonzalo Rodríguez, un muchacho uruguayo que manejaba como los
dioses y que tenía por delante un destino de grandeza que tal vez ni él
imaginó, decidió remontar vuelo, entrar en la inmortalidad y empezar otro
camino de vida diferente, el camino de la eternidad….
En la vida terrenal, dos jóvenes
que habían llegado por diferentes rumbos al mismo destino, “Gonchi” y Greg
Moore, parecían tener todo muy bien arreglado para el inicio de la nueva
centuria, al haber rubricado sus contratos con el mejor equipo norteamericano
de todos los tiempos y la mayoría de las categorías, el Penske Racing.
Sin embargo, el destino de las
personas tiene caprichos que a veces nadie puede comprender y yo nunca
entenderé porqué los dos tuvieron que dejarnos con las ganas de ver una dupla
que hubiera sido sensacional y quedamos los admiradores del “Gonchi” y de Greg
con un sabor amargo que nunca más se nos fue de la boca.
En términos humanos no encuentro
ni consuelo ni razones, pero en términos celestiales si. “Gonchi” y Greg
iniciaron una nueva vida en una dimensión diferente a la nuestra, seguramente
muchísimo más depurada, que yo llamo eternidad. Me voy a concentrar en el
uruguayo porque lo teníamos más cerca y tal vez por eso del sentimiento
rioplatense uno lo acercó un poco más al corazón.
Tenía todas las condiciones reales
y potenciales para ser quien fue y quien pudo llegar a ser. Empuje, calidad,
distinción, no le faltaba nada. Europa lo lanzó al estrellato y Estados Unidos
lo recibió para hacer lugar a su sueño americano. Creo que, para cualquier
corredor de automóviles del mundo, correr como piloto oficial del equipo de
Roger Penske es mucho más que una aspiración, un sueño.
“Gonchi” ya estaba viviendo su
sueño, esperando el auto nuevo que, a partir del 2000 le iba a dar la
herramienta imbatible para que el alimento de sus ansias se hiciera realidad.
Mientras tanto había que penar un poco con el Penske Mercedes que no estaba a
la altura de sus antecedentes, pero que era una máquina apenas transicional.
Hasta que llegó el fatídico día
de un accidente insólito, en Laguna Seca, una pirueta increíble pero tal vez
necesaria para que el hombre dejara de ser hombre y se transformara en ángel.
Gonzalo Rodríguez se fue como un
ángel dejándonos a todos nosotros llorándolo como un hombre. Hoy está feliz y
contento en la Eternidad celebrando su fiesta de quince años. La eternidad no
es un campo virtual, es un campo real, donde por los siglos de los siglos
subsiste la esencia de la vida, el núcleo mismo de la existencia. Eso es lo
inmortal, no el cuerpo, la esencia, la verdad última de todas las cosas.
Y la esencia de corredor, amigo,
buena persona y todo lo demás que Gonzalo Rodríguez supo sembrar en su corto
pero productivo paso entre nosotros, su esencia sigue y seguirá viva en el
recuerdo de todos.
Es más, “Gonchi” nos acompaña
desde el inconciente colectivo, porque todos los niños hijos de fierreros como
nosotros que nacen en Argentina, Uruguay y otros lugares del mundo, ya traen de
la memoria genética de sus padres el recuerdo del “golden boy” uruguayo que nos
ilusionó en la tierra, pero decidió que era mejor irse al cielo.
Gonzalo Rodríguez no murió nunca,
se eternizó, se convirtió en recuerdo vivo, en ejemplo, en símbolo para que sus
familiares lo sigan recordando a través de una fundación que hace en su nombre
cosas tan maravillosas como las que él hacía al volante de un auto de carrera.
Quince años de eternidad
“Gonchi”, Dios te permita que nos ilumines…con todo lo que ya habrás aprendido
allá.-
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