Por: Leandro Bolano
Derrochando simpatía y a la sola mueca de saludo a la distancia, caminó despojándose
de otros compromisos que lo rodeaban. Me
miró fijo desde su primer paso en la partida hacía mi, sonriente y cómodo en su entorno, finalmente se paró frente
a frente y sin conocerme me estrechó su mano.
Si bien, supe en todo momento la importancia de su nombre, al entrelazar mi
mano en aquel apretón, me retrotraje en el tiempo. Benedicto “Chiche” Caldarella me estaba tocando con la misma mano que lo
hizo una leyenda, acelerando la Gilera y
con la misma que levantó tantos trofeos.
Aquella sensación me quedó indeleble desde aquel encuentro inesperado. Retomando mi estremecimiento,
hace muy poco tiempo y gracias a la
invitación de un amigo, pude asistir como periodista a la conferencia de prensa
donde Carmelo Espeleta (máximo responsable de Dorna Sports) llegaba a
nuestro país a posponer por un año más la presencia del Motogp.
Tras la noticia, amarga pero sincera en su argumentación, Espeleta hizo un paréntesis en su comunicado para
agradecer el enorme aporte de su amigo Caldarella, por sembrar entre los argentinos el entusiasmo por el
motociclismo.
Nuevamente me corrió el mismo frio por la nuca, aquel que nos hace reflexionar
sobre nuestro ADN deportivo, y el mismo
que nos hace abrir los ojos y despertar los sentidos, al solo efecto de
considerar que un hombre, como cualquier otro, se forjó su propio destino, de
manera ascendente y trabajosa, dejando su impronta como un legado para las generaciones que le sucedieron.
RETOMANDO PARTE DE SU HISTORIA.
El momento más significativo del piloto argentino, es sin lugar a dudas, el
haberse medido con el 9 veces campeón mundial de motociclismo Mike Hailwood, el británico que en la historia más reciente
se le puede comparar con el australiano Mike
Doohan o bien con el italiano Valentino
Rossi.
Pero el puntapié inicial y su
despegue para entrar en las páginas
doradas del motociclismo mundial, se produjo a fines de 1962, con motivo del Gran
Premio de la Republica Argentina disputado en el autódromo de Buenos Aires,
donde “Chiche” se hizo con la victoria a
fuerza de valor y persistencia al comando de una Matchless G50
de 500 cc.
Desde aquellos comienzos con motos prestadas y luego con la ayuda de su
padre para la reconstrucción de una Gilera “Saturno” con el apoyo de la marca (en Carlos Spegazzini,
Pcia. de Bs.As.) a la provisión oficial por parte del fundador de
la marca italiana “Don Giuseppe” el diminuto piloto capitalino dejó un sello de calidad que será recordado en el
tiempo.
Chiche, alzó su apellido, hasta ponerlo en lo más alto, con actuaciones épicas
en el certamen nacional y también al momento de los más importantes eventos
como, el GP Feruccio Gilera, o el campeonato sudamericano obtenido en Chile
en 1963.
Un año más tarde y en ocasión de otra fecha mundialista, el Gran Premio de
los Estados Unidos en Daytona fue el
contexto para catapultar a Caldarella, al selecto grupo de los eximios pilotos,
abriéndole una puerta a la posibilidad de seguir mostrando al mundo, su
talento, en razón de hacerle frente al ícono del motociclismo Mike Hailwood y
disputarle hasta pocas vueltas antes del final un mano a mano emocionante, entre
la leyenda y el desconocido argentino.
Muchos son los recuerdos que cada tanto encuentro en relatos de entusiastas
y seguidores de la vieja guardia del motociclismo, empujándome a reavivar el
fuego sagrado del reconocimiento constante y perdurable a las grandes figuras.
Finalmente me quedo con una cita del protagonista: “Mi niñez estuvo siempre
ligada a las motos, eran como mis juguetes, tocarlas y subirme a ellas era mi
pasión y en casa nunca faltó esa oportunidad. En la escuela nunca presté mucha
atención y en clase me dedicaba a dibujar motos de carrera sobre el cuaderno. Un recuerdo
de mi niñez, era cuando veía a mi papá empujando la moto para ponerla en
marcha. Ese sonido y esa imagen me emocionaban...”
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