miércoles, 30 de octubre de 2013

La razón de Los Autos Locos

NOTICIAS VELOCES


Por: Juan Pablo Zangara
(Especial para Noticias Veloces.)
 


Este enorme aporte al blog es mucho más que reconocido teniendo en cuenta no solo la amistad que nos une con el redactor, sino la capacidad de sorprenderme en cada entrega desinteresada y en todos los casos apelando al análisis cultural y relacional entre la ficción, la literatura y el conocimiento científico.    


1. “Y aquí están de nuevo, el más osado grupo de pilotos de carreras del mundo en sus autos locos, compitiendo en las carreras más peligrosamente divertidas de la historia. Ya se acercan a la línea de salida. En primer lugar viene Pedro Bello en su auto Súper Heterodino; lo siguen Brutus y Listus en su Troncoswagen; en tercer lugar, el Súper Chatarra Special; y en cuarto, la Antigualla Blindada, guiada por Mathew y sus pandilleros. Y ahí va ese súper cerebro, el profesor Locovich, en su auto convertible. Ah, y ahí está la hermosa Penélope Glamour, la encantadora reina del volante; la siguen los hermanos Macana, Pietro y Rocco; detrás de ellos viene el Espantomóvil de los tenebrosos; y enseguida el Stuka Rakuda del barón Hans Fritz. Con el número 8, el Alambique Veloz de Lucas y el oso miedoso. Oh, y ahora se acerca el Súper Ferrari, conducido por ese par de malosos, Pierre Nodoyuna y su diabólico perro Patán. Se preparan para la salida y… ¡arrancan!”.
Una treintena de episodios, producidos por William Hanna y Joseph Barbera entre 1968 y 1970, bastaron para convertir a la serie animada Los Autos Locos (inicialmente, una parodia del filme La carrera del siglo, de 1965) en una de esas experiencias en las que aprende a reconocerse una generación. Si se observa con atención, es fácil advertir en cada coche una “w”, que remite al título original, Wacky Races (algo así como “carreras chifladas”). Es la misma chifladura la que impulsa las trampas con que el Coyote intenta atrapar -sin suerte- al Correcaminos (otro cartoon que transcurre en las rutas), o que anima las tramas lisérgicas de La Pantera Rosa (ah, el espíritu de los sesenta).

2. Dos mecanismos sostienen la intriga de cualquier capítulo de Los Autos Locos. El primero pasa por las dificultades que el camino les presenta a estos intrépidos pilotos: en un recorrido geográfico que se permite todas las licencias que hagan falta, cada carrera se desarrolla en las rutas norteamericanas y atraviesa así estado tras estado (¿y no fue así como nació nuestro Turismo Carretera?). El segundo pasa por las trapisondas que pergeña el villano Nodoyuna para complicar a sus adversarios y sacar ventaja, aunque sólo consiga llegar siempre último a la meta (porque él mismo termina siendo la víctima de sus engañifas).
La razón de estos autos locos reside, sin duda, en la simbiosis entre cada piloto y la máquina que conduce, como si ésta fuera una manifestación plástica de su identidad. Los cavernícolas hermanos Macana empujan a puro mazazo un coche con forma de roca. El móvil del leñador Brutus (cuyo copiloto es un castor) está hecho, claro, de leños, y sus ruedas son sierras. El campesino Lucas maneja (¡con los pies descalzos!) sentado en su hamaca, y es impulsado por un viejo alambique. El “convertible” del profesor Locovich puede, efectivamente, convertirse en cualquier medio de locomoción. Un pequeño vampiro púrpura y un temible ogro conducen una casa embrujada sobre ruedas, de cuya torre asoma cada tanto un dragón para darle mayor potencia. La máquina de la bella Penélope cuenta con labios cromados y alerones en forma de rubia cabellera. No faltan el tanque para el sargento y el soldado, ni el avión de la Primera Guerra (con ametralladora y todo) para el barón alemán, ni el sedán de museo para los siete enanitos (perdón, los siete gánsteres).

3. Si el camino y la rueda pueden pensarse como extensiones del pie (así lo propuso Marshall McLuhan en La comprensión de los medios como extensiones del hombre), ¿no podría pensarse el automóvil como una extensión del alma del piloto? (Y los dibujos animados como una extensión de la infancia. O su continuación por otros medios.)




 



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