(Invitados especiales)
Por: Juan Pablo Zangara
(Especial para Noticias Veloces.)
1. Marcha bien. Anda
sobre ruedas. Me pone a cien. Tuvo que poner freno. Fundió
biela. Chocó contra la dura realidad. Hay que pegar un volantazo.
Bajá un cambio. No te aceleres. Está como un camión. ¡Altas
llantas! El mundo motor es una máquina retórica imparable y una usina
fabulosa para la poesía cotidiana, ese combustible inagotable que hace andar el
diálogo social. La metáfora no es un recurso que los eruditos puedan detener en
los boxes: es una supernova que estalla en cualquier momento y lugar, una
epifanía que le ocurre a cualquiera.
“La esencia de la metáfora -escriben George Lakoff y Mark
Johnson- es entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otra.
La metáfora impregna la vida cotidiana, no solamente el lenguaje, sino también
el pensamiento y la acción. Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos
del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente de naturaleza metafórica”. Es que hay un componente plástico en la metáfora
(sensorial, imaginativo) que suele faltar en el frío concepto; como un cine del
cerebro, la metáfora hace ver y sentir cosas. Sin ella, nuestras interacciones
se reducirían a un formulario burocrático y estándar.
2. El mundo humano depende cada día
más de las máquinas. De la ingeniería de la producción a las comunicaciones, de
la administración estatal y privada a la industria de la diversión, de la
aventura espacial a las intimidades del cuerpo, el reinado de las máquinas
parece absoluto y en vías de seguir aumentando. Si en los albores de la
modernidad la imaginación fue capaz de imponer sus sueños a la técnica (basta
pensar en el famoso pato de Jacques de Vaucanson, un ave autómata capaz de
comer y defecar por su cuenta), hace tiempo que la técnica es la que impone
ahora sus sueños a la imaginación. Hoy, la máquina no sólo es la metáfora
principal del mundo humano, y en especial del cuerpo humano: se ha convertido
en el entorno mítico en el que los seres humanos viven y experimentan el mundo.
Entre las criaturas que habitan esta segunda naturaleza vuelta primera, los
automóviles (el amplio mundo motor) ostentan un rango privilegiado.
3. “¡Mi reino por un caballo!”,
grita Ricardo III en la inmortal tragedia de Shakespeare. “¡Por un caballo de
fuerza!”, gritan a diario las hormigas frenéticas de la ciudad, apelotonándose
en cada esquina bien aferradas al volante. Algo similar pasa con el celular y
los últimos gadgets tecnológicos: la vida parece imposible sin ellos.
Aquí, la bella metáfora maquínica, en vez de dar forma a la poesía de la
experiencia, se coagula en un carro fúnebre. También cabe pensar en lo que
sugiere esa escena de Crash (el film de David Cronenberg, adaptación de
la novela implacable de James Ballard) en la que un público alucinado aplaude
la reconstrucción, noche tras noche, que un par de extras hacen de accidentes
automovilísticos célebres, como el que fundó el mito de James Dean. Los hierros
retorcidos de un auto chocado acaso sean una de las más hermosas esculturas que
la imaginación técnica pueda soñar.
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