Juan
Pablo Zangara
(Especial
para Noticias Veloces.)
1. Yo soy toro en mi rodeo/ y torazo en rodeo
ajeno. Llega un momento en toda competencia de Turismo Carretera en el que
el espectáculo no está en la pista. En un improvisado picadero, un fanático
tensa las riendas de su Chevrolet y se lanza en desafío de un fanático de Ford
que, a su vez, no tarda en espolear su pingo mecánico. Un corro de gritos y
banderas termina de armar la fiesta campera. Y allí el gaucho inteligente,/ en cuanto el potro enriendó,/ los cueros
le acomodó/ y se le sentó en seguida,/ que el hombre muestra en la vida/ la
astucia que Dios le dio./ Y en las playas corcobiando/ pedazos se hacía el
sotreta,/ mientras él por las paletas/ le jugaba las lloronas;/ y al ruido de
las caronas/ salía haciéndose gambetas.
En los versos del Martín Fierro
(¿nadie ha advertido aún la continuidad de la gauchesca con el mundo motor que
ya se anuncia en ese nombre?) resuena el lazo atávico de todo jinete con su
caballo. Es la misma escena que retorna cíclicamente cada vez que, montado en
su animal de cuatro ruedas, un paisano sale
arando o traza una espiral frenética, como si estuviera en la doma rebenqueando
un cimarrón. No me hago al lao de la
güeya/ aunque vengan degollando. En
el peligro, ¡qué Cristos!,/ el corazón se me enancha,/ pues toda la tierra es
cancha,/ y de esto naides se asombre:/ el que se tiene por hombre/ ande quiera
hace pata ancha. En estos infaltables e imperdibles ruedos que animan las
tardecitas del TC, es revivida toda la arcadia en que se funde la nostalgia del
personaje de José Hernández.
¡Ah tiempos!... Si era un orgullo/
ver ginetiar un paisano.
2. De
las carreras de TC puede decirse lo mismo que Roland Barthes atribuye al mundo
del catch en la primera de sus Mitologías: es un espectáculo excesivo. Pero mucho más que ese énfasis retórico en
las acciones, como en el teatro antiguo (la vistosidad de ciertas maniobras de
adelantamiento, la pugna en las curvas más cerradas, los roces y los derrapes,
sin contar con la teatralidad aumentada de la narración televisiva), lo
esencial de este espectáculo al aire libre es el carácter compacto y vertical de la superficie luminosa. Como en
el circo romano, como en la arena de la lucha libre, como en la representación
de las tragedias griegas, como en las corridas de toros, el TC participa de la naturaleza de los grandes espectáculos
solares: aquí y allá, una luz sin sombra elabora una emoción sin repliegue.
(Por lo demás, todos ellos son recintos circulares: el circo, la arena,
el anfiteatro, la plaza de toros. Más allá de las peripecias del trazado de la
pista, el cerco de espectadores del TC imita también el círculo. La clave está
en cerrar una muralla en torno de ese universo fascinante. La clave está en el
rodeo, como ese que montan los fanáticos, coleando y girando en círculo con sus
chivos y sus fords. La huella circular con que los neumáticos marcan la tierra
no replica solamente la forma de todos estos recintos, sino también el disco
del sol, divinidad mitológica de estos rituales.)
3. Desde
que el inventor escocés James Watt se puso a hacer cuentas en una mina de
carbón, allá en la época dorada de la revolución industrial, los caballos de fuerza (HP) se convirtieron
en la medida universal de la potencia mecánica. Es cierto, este nombre importa
menos que la fórmula que establece la relación entre fuerza, distancia y
tiempo. Pero en la imaginación del mundo tuerca, el auto es efectivamente la
versión técnica del caballo. ¿No es un jinete gaucho el piloto? Ansí, todo el que procure/ tener un pingo
modelo,/ lo ha de cuidar con desvelo,/ y debe impedir también/ el que de golpes
le den/ o tironén en el suelo.
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