miércoles, 26 de junio de 2013

LA FERRARI DEL SOL



Juan Pablo Zangara
(Especial para Noticias Veloces.)






1. El mito (al menos como lo cuenta Ovidio al abrir el Libro Segundo de sus Metamorfosis) dice así: Helios, el dios Sol grecolatino, señorea en su palacio majestuoso del cielo, con su manto púrpura y su trono de esmeraldas. Ante él se presenta el joven Faetón, ansioso por ser reconocido como su hijo. Aunque el dios se lo jura sobre la laguna Estigia (el compromiso máximo para los dioses), Faetón exige una prueba extrema: quiere conducir el carro de su padre. “Únicamente yo puedo conducir el carro de fuego que ilumina el mundo”, le advierte el dios; sabe que el camino de ascenso no presenta dificultades, pero que cuesta abajo el riesgo de catástrofe requiere de la mayor experiencia. Experiencia, claro, es lo que le falta al rookie impaciente de su hijo, que insiste con montar el carro fabricado por el dios Vulcano, con sus mandos y ruedas de oro, con sus centelleos de plata.
   La Luna y Venus palidecen al ver cómo son embridados los caballos, que echan fuego por sus belfos, para ser conducidos por el entusiasmo de Faetón. Poco y nada atiende el joven los consejos del padre. Poco y nada puede hacer, luego, para dominar cuatro caballos desbocados que arrastran el carro del Sol por regiones nunca transitadas. Campos y ciudades, bosques y montañas, ríos y lagunas: todos terminan calcinados. Peces, animales, seres fabulosos: ninguno sabe dónde meterse para escapar del desastre. El rookie pide entonces la ayuda de Zeus, padre de todos los dioses que, como se sabe, es de cólera fácil: desde la cima del Olimpo, fulmina con un rayo al fallido conductor (doblemente chamuscado); los caballos se sueltan y corren así en cuatro direcciones distintas.
   El atropellado Faetón ha chocado, nomás, la Ferrari de papá.

2. El vínculo que se forja entre un piloto y su carro tiene bastante de metamorfosis. En una doble dirección; pues si la máquina se hace una con un cuerpo, una mente y un corazón (es decir, si la máquina se humaniza), el piloto se vuelve la parte más sensible de un mecanismo, y cuanto más mecánico mejor (es decir, el humano se maquiniza). Como es habitual, el cine de ciencia ficción imagina hace tiempo el conflicto que esta metamorfosis conlleva. En un extremo podríamos citar, por ejemplo, a Robocop, el policía revivido como máquina que, sin embargo, guarda en algún circuito un rastro de lo que fue su corazón; en el otro extremo podríamos citar a eXistenZ, ese futuro no tan lejano en el que las consolas de realidad virtual se nutren de la energía almacenada en la espina dorsal del cuerpo humano.
   Hay quienes sostienen, como Marshall McLuhan, que el camino y la rueda deben pensarse como extensiones del pie. Hay quienes sostienen, como Paul Virilio, que la velocidad es la que produce la conciencia (y no algo captado por la conciencia).

3. Uno de los aspectos más fascinantes del mito de Faetón reside, precisamente, en lo que el carro del Sol fuera de curso genera en el mundo que depende de sus revoluciones. Es algo parecido a lo que ocurre en el relato que abre las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, “El verano del cohete”: el lanzamiento de un cohete, en enero de 1999, hace que el invierno en Ohio se transforme apenas un minuto después en un tórrido estío. Como esas carreras que cambian de pronto, para siempre, nuestra forma de imaginar el mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario