miércoles, 17 de julio de 2013

LA RUEDA PERFECTA

NOTICIAS VELOCES


Juan Pablo Zangara
(Especial para Noticias Veloces.)


1. ¿Quién inventó la rueda? Si diéramos crédito a Platón (y hay quienes aseguran que toda la filosofía de Occidente no es más que una nota al pie de sus Diálogos), no cabría hablar de la “invención” de la rueda, sino más bien de su recuerdo. Antes de existir en este mundo, el alma humana compartía el universo de las ideas; al atravesar las aguas del Leteo para nacer, esas ideas se le olvidaron, y la aventura del conocimiento consiste en recordar eso que sabíamos y que al nacer olvidamos. La aritmética y la geometría (el número es la clave del conocimiento para los discípulos de Pitágoras), primeras entre las ciencias, nos recuerdan entre otras cosas la perfección de las ideas y las formas. La idea misma de perfección puede dibujarse: es, claro, el círculo. (Cuando las cosas andan bien, ¿no decimos acaso “me salió redondo”?)
El círculo es la forma perfecta de la rueda. Toda rueda aspira a la perfección del círculo.

2. Hay algo de hipnótico en el giro de las ruedas. La velocidad con la que rotan en torno de sus ejes y el vertiginoso desplazamiento que producen sobre la pista hacen de las carreras de motos un espectáculo incomparable. ¿Y quién no ha experimentado ese efecto óptico con el que las coordenadas de la realidad parecen tambalear, cuando las ruedas de un automóvil parecen girar al revés? Vaya uno a saber qué fascina a los niños y las niñas de hoy. Los de no hace tanto podían pasar horas poniendo en movimiento una pieza tan simple como el trompo, sólo por la belleza de verlo girar. Por no mencionar la diversión que todavía les depara cada vuelta de una calesita.
La perfección del círculo y la belleza de las revoluciones celestes sostuvieron por siglos la astronomía clásica. Qué maravilloso eso de imaginarse el universo como una fabulosa música producida por el movimiento de las esferas en el cielo. La divinidad creadora, el primer motor (diría Aristóteles): un mecánico poniendo a punto los ejes. Y que giren, nomás.

3. Un círculo que gira puede ser también una imagen monstruosa. Puede ser el remolino colosal que amenaza con engullir con barco y todo al protagonista del relato de Edgar Allan Poe, “Un descenso en el Maelström”. Puede ser el remolino en el que se hunde una silueta humana, en la célebre secuencia de apertura de Vértigo, una de las obras maestras de Alfred Hitchcock. En muchos cómics, los locos y los borrachos suelen ser dibujados con los ojos arremolinados, en círculos concéntricos o en espiral. Como en el film de Hitchcock, ocurre que el vértigo más aterrorizante nace del remolino del alma humana, esa de la que, según se dice, son espejo los ojos; esas otras ruedas, acaso más siniestras.
 

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