jueves, 8 de mayo de 2014

EL HOMBRE-MÁQUINA

NOTICIAS VELOCES


Juan Pablo Zangara
(Especial para Noticias Veloces.)



1. Mírenlos correr. El niño Marc Márquez, el campeonísimo Valentino Rossi, el temerario Jorge Lorenzo: todos en la categoría Moto GP se hacen uno con la máquina. La curvatura del cuerpo, en línea con el carenado del prototipo; la joroba aerodinámica en el traje del piloto; el constante balanceo a uno y otro lado en las curvas, para la precisión del ángulo de inclinación de la moto. Todos estos vectores de velocidad son supervisados por la ingeniería técnica en el búnker de cada escudería. El cuerpo humano no es aquí un apéndice del aparato, ni tampoco la máquina una prótesis extrema del esqueleto; el ensamble hombre/ máquina es completo y aspira a la perfección.
   (No estaba tan lejos la imaginación de Hans Giger cuando dotó a su criatura suprema, el Alien de la película de Ridley Scott, de ese cráneo que semeja un prolongado casco metálico, con su doble mandíbula, injertado en un cruce óseo entre humano y reptil. Alienum: extraño, ajeno, definitivamente otro, sólo puede desarrollarse en el cuerpo huésped del ser humano. Justo igual que la máquina, esa otredad técnica que se ha vuelto inseparable de la criatura terrestre.)

2. “El hombre es una máquina tan compleja que es imposible hacerse desde el principio una idea clara y, en consecuencia, definirla. El cuerpo humano es una máquina que compone por sí misma sus resortes; viva imagen del movimiento perpetuo. Pensamos, somos personas honestas, alegres o valientes; todo depende de la forma en la que nuestra máquina ha sido montada. Los diversos estados del alma son siempre correlativos a los del cuerpo. Puesto que todas las facultades del alma dependen de la propia organización del cerebro y el cuerpo, éstas son visiblemente esta misma organización: ¡he aquí una máquina bien ilustrada! El hombre no es más que un conjunto de resortes, todos montados unos sobre otros. El cuerpo humano es un reloj, aunque inmenso, construido con tanto artificio y habilidad, que si la rueda que marca los segundos se detiene, la de los minutos gira y sigue siempre su ritmo, así como la rueda de los cuartos continúa moviéndose”.
   Al entusiasmarse con estas palabras en El hombre máquina (L’homme machine, de 1748), el médico y filósofo francés Julien Offray de la Mettrie hacía algo más que afirmar su rechazo a la dualidad alma-cuerpo y la pretensión de que fuera el alma el motor del cuerpo. Se sumaba a un siglo fascinado por la posibilidad de reducir el mundo a una cuestión de mecanismos, por reproducir el mundo en la forma de un mecanismo. “Basta contemplar la ejecución de un violinista. ¡Qué ligereza! ¡Cuánta agilidad en los dedos! Los movimientos son tan veloces que casi no parece haber sucesión entre ellos”: para La Mettrie, el conjunto de cuerpo y cerebro (¡fuera, superstición del alma, fuera!) no era muy diferente de los asombrosos autómatas de su contemporáneo Jacques de Vaucanson. “Todos los movimientos vitales, animales, naturales y automáticos son producidos por la acción de los resortes de la máquina humana”.

3. Lo que mueve los resortes de esta máquina no es el alma, sino el deseo. Quizá fuera más acertado hacer lugar aquí al motor del inconsciente, a sus flujos sin codificar, a su dispersión rizomática; a todo aquello que Gilles Deleuze y Félix Guattari, en la enredada exposición de El Anti-Edipo, no dudan en llamar las máquinas deseantes. Como en “Niño con máquina” (Boy with machine, 1954), el cuadro de Richard Lindner, estos pilotos de Moto GP encarnan el sueño maquínico de la modernidad, allí donde el cuerpo humano se revela como el más sublime de los autómatas.

 

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